La piel guarda las marcas de placer. Mis labios, aun sin el carmín, permanecieron rojos, y tus líquidos blancuzcos adornaban mi sonrisa.
-¿Te duele, putita? Yo sé que aguantas más.
Y al finalizar cada frase, me dabas nalgadas, jalabas mi cabello, me escupías el rostro. Delicioso.
-No, a tus nalgas les falta color.
Sabía lo que venía. Pasaste la punta del cinturón alrededor de mis nalgas, que apuntaban directo hacia ti. Lo helado del piso entraba a través de mi mejilla derecha, donde se apoya mi rostro.
- El cuerpo siente dolor, pero me gusta.
- Este fue más rápido, y la fuerza aumentó.
- Metí las manos, y grité de emoción.
- El último con los brazos sujetados, por si volvía a cometer la infamia de repetir lo anterior.
Sin dejar de parar el culo, y con los ojos cerrados, lamía mis labios. Ansiaba tu verga.
Separaste mis piernas. Volviste a tomar la punta del cinturón, que hizo contacto con la humedad provocada por los golpes.
-Qué puta, te encanta este juego.
Me sonrojé, y al notarlo, mordiste de a poco el muslo izquierdo. Ahogaste tu dedo más largo entre mis pulsaciones. Uno, dos, tres gemidos bastaron para tener tu lengua dentro de mi sitio más pequeño. Lo escupiste. No te limitaste al usar mis secreciones como lubricante, y seguiste lamiendo. Mi desnudez te hacía temblar…te sudaban las manos, se ruborizaba tu piel.
Llegó tu desesperación cuando la verga palpitaba de tanto aguantar. Imaginé que primero la probaría, que regresaría a mi boca como lo hace cada miércoles. Esta vez no. Incorporaste mi cuerpo, sin mayor problema lo reclinaste contra el escritorio. Mi cabello cubría los pechos que botaban en cada embestida. Tus dedos, mojados en saliva y fluidos femeninos, preparaban mi otro sitio de placer. Listo. Sentí cómo resbalaban los líquidos piernas abajo. La punta de tu verga se abría lugar entre mis nalgas. Sí, sí, sí, estabas a punto; ¿lista?, preguntaste, como burlándote, lo estuviera o no, igual me ibas a coger por el culo.
Solo podía sentir placer. El dolor y los insultos te ponen la verga más dura. Al joderme por atrás me metías los dedos entre los labios, apretabas mi botón rosado y hacías que me tragara cada gotita. Libertaste mis brazos para darme la vuelta. Abrí las piernas para coger de frente, para que vieras cómo brincan los pechos y se endurecen los pezones.
Me vine con tus dedos dentro de mí, envueltos de transparencias saladas.
Tu verga, con dos sabores diferentes, se descargó en mi boca abierta.
La piel guardaba las marcas de placer. Mis labios, aun sin el carmín, permanecieron rojos, y tus líquidos blancuzcos adornaban mi sonrisa.