Cinismo.

La piel guarda las marcas de placer. Mis labios, aun sin el carmín, permanecieron rojos, y tus líquidos blancuzcos adornaban mi sonrisa.

-¿Te duele, putita? Yo sé que aguantas más.

Y al finalizar cada frase, me dabas nalgadas, jalabas mi cabello, me escupías el rostro. Delicioso.

-No, a tus nalgas les falta color.

Sabía lo que venía. Pasaste la punta del cinturón alrededor de mis nalgas, que apuntaban directo hacia ti. Lo helado del piso entraba a través de mi mejilla derecha, donde se apoya mi rostro.

  1. El cuerpo siente dolor, pero me gusta.
  2. Este fue más rápido, y la fuerza aumentó.
  3. Metí las manos, y grité de emoción.
  4. El último con los brazos sujetados, por si volvía a cometer la infamia de repetir lo anterior.

Sin dejar de parar el culo, y con los ojos cerrados, lamía mis labios. Ansiaba tu verga.

Separaste mis piernas. Volviste a tomar la punta del cinturón, que hizo contacto con la humedad provocada por los golpes.

-Qué puta, te encanta este juego.

Me sonrojé, y al notarlo, mordiste de a poco el muslo izquierdo. Ahogaste tu dedo más largo entre mis pulsaciones. Uno, dos, tres gemidos bastaron para tener tu lengua dentro de mi sitio más pequeño. Lo escupiste. No te limitaste al usar mis secreciones como lubricante, y seguiste lamiendo. Mi desnudez te hacía temblar…te sudaban las manos, se ruborizaba tu piel.

Llegó tu desesperación cuando la verga palpitaba de tanto aguantar. Imaginé que primero la probaría, que regresaría a mi boca como lo hace cada miércoles. Esta vez no. Incorporaste mi cuerpo, sin mayor problema lo reclinaste contra el escritorio. Mi cabello cubría los pechos que botaban en cada embestida. Tus dedos, mojados en saliva y fluidos femeninos, preparaban mi otro sitio de placer. Listo. Sentí cómo resbalaban los líquidos piernas abajo. La punta de tu verga se abría lugar entre mis nalgas. Sí, sí, sí, estabas a punto; ¿lista?, preguntaste, como burlándote, lo estuviera o no, igual me ibas a coger por el culo.

Solo podía sentir placer. El dolor y los insultos te ponen la verga más dura. Al joderme por atrás me metías los dedos entre los labios, apretabas mi botón rosado y hacías que me tragara cada gotita. Libertaste mis brazos para darme la vuelta. Abrí las piernas para coger de frente, para que vieras cómo brincan los pechos y se endurecen los pezones.

Me vine con tus dedos dentro de mí, envueltos de transparencias saladas.

Tu verga, con dos sabores diferentes, se descargó en mi boca abierta.

La piel guardaba las marcas de placer. Mis labios, aun sin el carmín, permanecieron rojos, y tus líquidos blancuzcos adornaban mi sonrisa.

Acuerdo previo.

Entró al cuarto y dejó su maletín, se desajustó un poco si corbata. El traje era café, gastado, parecía de una serie televisiva de los sesentas. Se quitó el saco y lo dobló cuidadosamente, inspeccionó la habitación con la mirada y encontró una silla en donde lo colgó con tal calma que pareciera una novia manipulando su vestido de bodas, regresó por el maletín y lo abrió sobre la mesa maltrecha que acompañaba a la silla. Dio un suspiro; se subió las mangas y se resignó a esperar. Sigue leyendo

Karen…

Ella era mayor que yo y creo que tenía novio, aunque estaba en una de esas relaciones inconstantes que nunca he entendido. Siempre accedíamos a tomarnos un café pero nunca poníamos fechas. Así era lo nuestro. Nos habíamos visto en la intimidad en más de una ocasión con prisa y pasión, pero creíamos que aquello había quedado resuelto, que ahora éramos amigos y que nunca volveríamos a coger. Tratamos de madurar nuestra relación a tópicos adultos. Hablábamos de arte, de libros, de música, pero ya no de nosotros aunque, curiosamente, para ella no era un secreto que me gustaba, cosa que siempre le dio risa porque le pareció una confesión muy infantil de mi parte.

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Mónica (primera parte)

«te veo en la tarde. miau. monica.» decía el mensaje.

Mónica disfruta de los juegos, le gusta crear ambientes… a veces velas, música, luces. Siempre ha sido detallista. Es delgada pero su figura es muy femenina. su sonrisa esconde algo que sus ojos confiesan.

Arribo a su departamento y entro a la sala… no veo ambientación y me siento en el sillón a esperar. Escucho ruido pero no veo movimiento. «¿Mónica?» pregunto esperando respuesta. Escucho «Miau» y escucho sus tacones lentamente avanzar por el pasillo. Sigue leyendo

Las leches

Y dale con que la leche es sexy. Lo dije primero en mi cuento La leche; y van a decir que cómo friego con lo mismo, pero es que ahora he re-descubierto que no soy la única. A veces uno no es consciente de desde dónde escribe, afectado por qué otras voces escuchadas antes. Yo ahora lo sé. Escribo estas líneas para recomendarles uno de mis cuentos eróticos favoritos: «Leche agria» de Alejandra Rodríguez Arango. Sigue leyendo

La leche

Lorena se dirigió al refrigerador de su cocina. Estaba preparándose una crema de champiñones y descubrió demasiado tarde que le hacía falta la leche. Una criatura de meses dormía su siesta en la habitación, y el tiempo apremiaba.

No puedo dejar sola a la niña para ir por leche. Pero si no termino de cocinar y comer ahorita, cuando la bebé despierte ni de chiste le importará que mamá tiene hambre.

Entonces Lorena tomó unas bolsas que estaban en el fondo del refrigerador, casi escondidas. Las bolsas estaban etiquetadas con la fecha de una semana anterior.

Están bien. Todavía sirven.

Y dando un largo suspiro, Lorena abrió las bolsas y vació su contenido en la olla. Sigue leyendo