Aniversario.

Pasaban más de las ocho y cuarto, Susan no subía y él presentía que estaba pasando de nuevo. La primera vez que vio a su mujer con otro hombre tuvo que contener un grito y aunque se excitó  al ver cómo succionaba el miembro de su “compañero de negocios”,  el coraje lo cegó; provocando que sus nudillos golpearan la pared y diera la media vuelta en busca de alcohol, cigarros y una putita barata.

-Cariño, ¿por qué tardas tanto?, decía el mensaje de texto, o debió escribir –quítate esa verga de la boca, la mía también te espera.

-Ay, mi vida, se me hizo un poco tarde, ¿nos vamos?

Los celos lo invadían, ese pecho acelerado, gotitas de sudor en la nariz y un retoque de labial no podían indicar otra cosa, ella le era infiel. Qué noche tan maravillosa, velas en la mesa, un vino dulce, músicos en vivo, tango después de la ensalada y algunas bromas en el auto para amenizar el viaje en carretera. Vaya forma de celebrar un aniversario de bodas, pero lo mejor; estaba por venir.

-La última canción fue mi favorita, esa forma en que me das vuelta y vamos hacia abajo, es casi como…

-Quítate el vestido. No era exactamente una orden.

-Cariño, sabes que me gusta cuando…

-¡Carajo que te quites el vestido!

Extraño ¿no?, un sentimiento de satisfacción y poder se concentraron en la punta de su sexo. Siguiendo al mandato, Susan deslizó el vestido negro sobre su cuerpo, no tenía sostén y unas braguitas negras adornaban su pelvis. Eran sus favoritas.

-Arrodíllate, quiero ver cómo te tocas. ¡Estaba húmeda!, qué caliente se puso Susan, su marido tomaba el control como nunca, sin duda el mejor aniversario, pensaba.

-Muy bien, zorrita, lame tus dedos y mételos, lento…así, lo haces muy bien.

Susan obedecía, estaba excitada, sonreía pero no mostraba los dientes. Sus pezones duros y rozados esperaban por un poco de humedad, él lo sabía.

-Acaríciate un pecho, apriétalo…uy, me gusta mucho.

-A mí también

-Cállate pendeja, no te dije que hablaras.

Él comenzó a masturbarse mientras la veía,si había algo que ella no podía resistir: era ver crecer la verga frente a sus ojos y no poder comérsela, así que terminó. Se corrió por su mano, de sus dedos descendía el líquido seminal y entonces, rogó…

-dámelo mi amor, ponlo sobre mis tetas.

El sonido de una bofetada cubrió la habitación del hotel. Una lágrima recorrió la mejilla derecha de Susan. No pudo evitarlo y llevó el miembro todavía erecto ante los labios de su aun esposa.

-Chúpalo perrita, hazlo rápido, ya sabes cómo me gusta.

No pudo siquiera tomar una bocanada de aire cuando entró hasta la garganta, una y otra vez. La felación era manipulada por él, quien la tomó del cabello y jalaba de adelante hacia atrás. Con el miembro en la boca le pidió que lamiera su mano y volviera a tocarse. No faltaba mucho para que ella se corriera. La levantó del suelo, la llevó a la cama y le clavó dos dedos en el culo.

-¿Te gusta perra?

-Sí, sí, gritaba, se retorcía de placer, bajo las sábanas sus puños se desfiguraban y los gemidos eran deliciosos.

Sin avisar, cambió de posición, optó por ese movimiento que se hace en el tango, una de sus manos colocada en la pelvis y la otra en la espalda. Su erección vivía de nuevo y pudo penetrarla por la retaguardia. Susan gritaba, se dolía. Las embestidas eran cada vez más fuertes y veloces.

-¡Me partes en dos!, pero él no hacía caso, al contrario, dos de sus dedos entraron sin tapujos en su vulva y escarbaron entre los fluidos. Terminó entre sus nalgas, estas escurrían y ella, agotada, se tiró sobre el colchón, confusa ante la actitud de su marido. Con dulzura, cambiando completamente el ritmo de la situación, ató sus manos a la cabecera. Utilizó su corbata y un listón que llevaba en el bolso, iba preparado. Besó cada una de sus muñecas, ella sonreía.

Durante los años de matrimonio no hubo insultos, mucho menos sexuales, ¿atada a la cama?, desnuda y con las piernas de par en par, eso también había sido nuevo. Todo era excitante en su máxima expresión, quizás por eso Susan no arremetió contra el maltrato. Le tomó una fotografía, ¿cómo pudo tomar una fotografía de aquella escena? y exclamó con voz triunfal:

-Se la voy a mandar a Rodrigo, le diré que venga por ti, porque a mí ya me hartaste.

Verbal abuse?

Cuando pensé que había terminado el día, me llamó a su oficina.

Todo era diferente, su actitud me prendió enseguida, sin embargo tenía un poco de temor, no sabía exactamente qué había planeado para ambos.
 
-Tus manos
Extendí mis muñecas pensando que las besaría, con ese romanticismo que me enamora.
-¿Qué haces?
-No te pedí permiso, ahora cállate.
Un latigazo de sangre corrió por mis venas, la presión en mi pelvis se hizo presente cuando ató mis manos por debajo del escritorio.
Descendí mi cuerpo hasta el suelo, de manera que mis brazos quedaron por arriba de mi cabeza. Acordamos no llevar ropa interior, en cuanto me senté, sus ojos vieron un sexo húmedo y expuesto entre textiles.
Gracias a los movimientos, un botón de mi blusa se abrió. Podía ver la mitad de mis senos.
-Ahora sí putita, mámame la verga.
Sus manos no titubearon un segundo y de su pantalón liberó una erección que introdujo a mi boca de inmediato.
Escuchaba sus jadeos, eran como una bomba de energía para mis labios, que iban más rápido, chupando, succionando.
Normalmente me sentaría sobre sus piernas, metería dos de sus dedos entre mis piernas, después lo montaría y terminaríamos con un orgasmo digno de repetir al día siguiente. Pero esta vez no.
 
-Llevo cogiéndote en mi cabeza por horas, así, chiquita, chúpame.
No entendía por qué sus palabras me excitaban tanto. Él no es así, ¿qué pasa?.
Parar no era una opción, cuando quité mis labios de su miembro, me tomó con ambas manos y tomó el control de la «mamada». Mi cabeza iba hacia enfrente, hacia atrás, de un lado a otro.
 
-No pares, me encantas.
¿cómo podía parar?, era él quien manejaba mi cabeza, si cerraba los labios; los pasaba entre sus testículos.
Era delicioso.
-Ven. Dame ese culito, me vuelves loco.
Me liberó del escritorio, pero siguió controlando mi cuerpo, levantó la falda y me ensartó con tanta fuerza que mi frente chocó contra el mueble.
Los dedos en mis caderas ejercían tanta presión que parecían pellizcos. Por mi boca salían los gemidos más apresurados que pude haber emitido. 
¿Ves lo que provocas?, no puedo dejar de hacértelo.
Me decía apretando uno de mis pechos.
-Quiero correrme en esa carita preciosa, ¿me dejas?
-sí, sí, hazlo ya
¿cómo pude pedir algo así?, qué tipo de fuerza ejercía  sobre mi. Quizás la seducción del momento o el placer que sabía mi cuerpo le daba, hizo que yo no resistiera y me quedara hasta el final.
-Ah, sí, cómetelos, anda, no dejes nada.
 
No sentí el menor de los ascos cuando la eyaculación de mi jefe entraba por mi garganta.
Al contrario, mis dedos comenzaron a masturbarme corriéndome a la par.
-Eres una perrita caliente. 
Deslizó sus dedos entre mi cabello, me besó cariñosamente y dijo que podía irme.
 
-Nos vemos mañana, que pases buena tarde.
¿Qué carajos acaba de pasar?, me coge como su maldita perra y ahora me deja ir sin llevarme a mi casa. 
Salí lo más rápido de la oficina, los pezones erectos no podían disimularse bajo mi blusa.
 
Vieja chismosa: ¿qué tiene Lila?
Vieja chismosa dos: parece que se pegó en la cabeza
Mi compañero de piso: fácil, Lila huele a sexo.
 
Y Lila (yo) estaba que se la llevaba la chingada. Fuera del edificio, con una nube cargada de dudas, con maldiciones para «el jefe» que todos temen y que yo me tiro los jueves y viernes, se me cayeron las llaves antes de abrir mi coche, y una mano se apoderó de mi pelvis.
-Creíste que te irías sin mi, a que sí. Deja el coche, hoy duermes conmigo.
Un beso en la mejilla, tomó mi mano y abrió la puerta de su auto. 
 
Regresó el caballero…pinches hombres, me fascinan.
 
Creo que no debió pedir mi opinión de esa noche, el que me haya corrido junto con él fue una señal de que ambos disfrutamos. No obstante le dejé una nota en su maletín, segura de que lo leería a primera hora:
 
No podrías decirme una sola grosería delante de nuestros amigos o familiares. 
No se notan las marcas en mis muñecas cuando juegas y me atas a la cabecera de tu cama.
Los golpes en mis muslos se desvanecen con lengüetazos. 
Me gusta marcar mis dientes entre tus piernas.
Puedo notar el momento cuando decides ser tierno, pasivo o dominante. 
Las preguntas que me formulas son como un disparo de placer.
 
Lila.

 

Tetas.

Pasé al escritorio. La maestra no se veía contenta con mi examen y el montón de tachas rojas que resaltaban. Me estaba preocupando. Qué le diría a mi mamá. Qué le diría al director. Quizá no me podría graduar. Mi vida estaba deshecha. La verdad no escuché lo que ella me decía. Sólo me imaginaba mi vida en ruinas.

Mientras eso pasaba por mi mente, la maestra seguía calificando, y en un momento empezó a preguntarme por qué había salido tan mal, me vio a los ojos por un segundo, sentí el frío recorrer mi espalda. Regresó su atención al examen. Argumentaba algo con el examen. Entonces mi mirada descubrió algo: si blusa dejaba ver más de lo que ella creía… pero menos de lo que yo quisiera.

Sus pechos pechos estaban cubiertos por una tela delgada, translucida. Eran blancos, se veían suaves. Creo que tragué saliva al verlos. Mi mano sudaba, casi podía sentir la textura de apretarlos con fuerza, casi desesperado. Los sonidos al rededor de mi desaparecieron lentamente. No escuchaba, no veía nada mas. La curva de su pecho colgaba, la tela mostraba la oscuridad en el centro. La imaginaba en mis manos. En mi cara. Tibios, blandos, desnudos… mi corazón latía con fuerza. Algo dentro de mi no me permitía alejar la vista. Me sentía caliente.

Volteó en el peor momento, me sorprendió viendo sus pechos. Me sonrojé… bueno, al menos eso sentí. Lo peor fue cuando su mirada bajó y sonrió. «Regresa a tu lugar». El bulto en mi pantalón era difícil de ocultar.

Karen…

Ella era mayor que yo y creo que tenía novio, aunque estaba en una de esas relaciones inconstantes que nunca he entendido. Siempre accedíamos a tomarnos un café pero nunca poníamos fechas. Así era lo nuestro. Nos habíamos visto en la intimidad en más de una ocasión con prisa y pasión, pero creíamos que aquello había quedado resuelto, que ahora éramos amigos y que nunca volveríamos a coger. Tratamos de madurar nuestra relación a tópicos adultos. Hablábamos de arte, de libros, de música, pero ya no de nosotros aunque, curiosamente, para ella no era un secreto que me gustaba, cosa que siempre le dio risa porque le pareció una confesión muy infantil de mi parte.

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Juegos

Imagen

Pude guiarme por el sonido de su voz. Avancé a tientas, sentía lo helado del suelo a través de las rodillas y la palma de mis manos. No recuerdo con exactitud con cuántos gateos llegué a mi destino, pero fueron recompensados incluso antes de arribar.

Del comedor al pasillo, del pasillo a la habitación, y yo seguía como un bebé; a cuatro patas, con las nalgas hacia arriba y la cabeza agachada. No había claridad, de no ser por algunas velas, todo sería penumbra. Sigue leyendo

Alexa…

Alexa… no recuerdo bien como la conocí. Creo que por unos amigos en común. Pero fue en el circuito de bares donde nos hicimos, pues, frecuentes. Desde que la vi algo llamó mi atención, sus ojos y sus grandes pechos que iban acorde con su ligeramente robusto cuerpo y su piel lechosa; quizá es poco romántico, pero, pensándolo bien, el romanticismo nunca tuvo lugar en lo nuestro.

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Mónica (primera parte)

«te veo en la tarde. miau. monica.» decía el mensaje.

Mónica disfruta de los juegos, le gusta crear ambientes… a veces velas, música, luces. Siempre ha sido detallista. Es delgada pero su figura es muy femenina. su sonrisa esconde algo que sus ojos confiesan.

Arribo a su departamento y entro a la sala… no veo ambientación y me siento en el sillón a esperar. Escucho ruido pero no veo movimiento. «¿Mónica?» pregunto esperando respuesta. Escucho «Miau» y escucho sus tacones lentamente avanzar por el pasillo. Sigue leyendo

Encuentro

La impaciencia se hacía notar con el dedo sobre la mesa golpeando al ritmo de la música dentro de aquel café. Revisaba la hora de su celular y la del reloj colgado en la pared cerca de la barra. Cuando se abrió la puerta del local, el corazón de Pita latió con fuerza y su cuello se estiraba cual vieja chismosa para revisar quién entraba. Falsa alarma, y cruzó la piernas buscando la mejor posición para recibir a una “vieja amiga”. Sigue leyendo

Y por eso me fui – J. Rooney

Todo, absolutamente todo iba bien. Las risas fluían, la conversación era entretenida, el vino, la comida, hasta el postre me gustó. ¿Coqueteos? estos saltaron toda la noche. Saltaron casi tanto como mi cuerpo; cuando monta al tuyo como niño en carrusel. Me guiñabas un ojo, acariciabas mi mano, tu entrepierna fue sometida a las más cachondas caricias que arribaban por debajo de la mesa con la punta del pie. Algo muy usual, pensé, pero cuando despojé mi pie derecho de la zapatilla, regalo tuyo, y comencé el juego, tus mejillas sonrojadas, tus monosílabos y titubeos celebraban mis acciones. Muerto de miedo, vivo por placer, decía el mensaje que me enviaste cuando estabas en el baño y una sonrisa de complicidad se dibujó en mi rostro, un rostro con ganas, con ansiedad. Sigue leyendo

Balderas

A las siete de la mañana el metro Balderas es un asco de gente. Siempre lo dije: el DF rifa si eres rico… o si tienes horario de jefe como para llegar tranquilo a las diez. Los que madrugamos y andamos en las prisas nos chutamos a diario pisotones, aplastones, arrimones, olores, insultos, asaltos y otras bondades de la vida capitalina.
A veces, muy a veces, aquella vida de sardina en lata me coloca junto a una chica linda. Al menos no llegaré oliendo a naco, pienso, mientras aspiro un poquito de su aroma. Sigue leyendo